Este breve relato, a mitad de ruta entre el microcuento y el ensayo jocoso, demuestra la maestría de Julio Torri.
Por Julio Torri
Hoy asistí al entierro
de un amigo mío. Me divertí poco, pues el panegirista estuvo muy torpe. Hasta
parecía emocionado. Es inquietante el rumbo que lleva la oratoria fúnebre. En
nuestros días se adereza un panegírico con lugares comunes sobre la muerte y
¡cosa increíble y absurda! con alabanzas para el difunto. El orador es casi
siempre el mejor amigo del muerto, es decir, un sujeto compungido y tembloroso
que nos mueve a risa con sus expresiones sinceras y sus afectos
incomprensibles. Lo menos importante en un funeral es el pobre hombre que va en
el ataúd. Y mientras las gentes no acepten estas ideas, continuaremos yendo a
los entierros con tan pocas probabilidades de divertirnos como a un teatro.
FIN
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