Este cuento de Giovanni Papini
posee un encanto adicional cuando suponemos que inspiró al
relato magistral “Ruinas circulares” de Jorge Luis Borges. Asimismo, la referencia al
autor del retrato rotulado "Caballero Enfermo" es histórica, pero la opinión especializada ha desplazado la
autoría del cuadro de Piombo al Tiziano, en una obra que resguarda en Museo Uffizi de
Florencia.
***
Nadie supo jamás el verdadero nombre de
aquel a quien todos llamaban el Caballero Enfermo. No ha quedado de él,
después de su impensada desaparición, más que el recuerdo de sus sonrisas y un retrato de
Sebastiano del Piombo[1] que lo representa envuelto
en una pelliza, con una mano enguantada que cae blandamente como la de
un ser dormido. Algunos de los que más lo quisieron -yo estoy entre esos pocos-
recuerda también su cutis
de un pálido amarillo, transparente, la ligereza casi femenina de los
pasos y la languidez habitual de los ojos.
Era, verdaderamente, un sembrador de espanto. Su presencia daba un color fantástico a las cosas más sencillas; cuando su mano tocaba algún objeto, parecía que éste ingresara al mundo de los sueños... Nadie le preguntó nunca cuál era su enfermedad y por qué no se cuidaba. Vivía andando siempre, sin detenerse, día y noche. Nadie supo nunca dónde estaba su casa, nadie le conoció padres o hermanos. Apareció un día en la ciudad y, después de algunos años, otro día, desapareció.
Era, verdaderamente, un sembrador de espanto. Su presencia daba un color fantástico a las cosas más sencillas; cuando su mano tocaba algún objeto, parecía que éste ingresara al mundo de los sueños... Nadie le preguntó nunca cuál era su enfermedad y por qué no se cuidaba. Vivía andando siempre, sin detenerse, día y noche. Nadie supo nunca dónde estaba su casa, nadie le conoció padres o hermanos. Apareció un día en la ciudad y, después de algunos años, otro día, desapareció.
La
víspera de este día, a primera hora de la mañana, cuando apenas el cielo
empezaba a iluminarse, vino a despertarme a mi cuarto. Sentí la caricia de su
guante sobre mi frente y lo vi ante mí, con la sonrisa que parecía el recuerdo
de una sonrisa y los ojos más extraviados que de costumbre. Me di cuenta, a
causa del enrojecimiento de los párpados, que había pasado toda la noche
velando y que debía haber esperado la aurora con gran ansiedad porque sus manos
temblaban y todo su cuerpo parecía presa de fiebre.
-¿Qué
le pasa?-le pregunté-. ¿Su enfermedad lo hace sufrir más que otros días?
-¿Mi
enfermedad? -respondió-. ¿Usted cree, como todos, que yo tengo una
enfermedad? ¿Que se trata de una enfermedad mía? ¿Por qué no decir que
yo soy una enfermedad? Nada me pertenece. ¡Pero yo soy de alguien y
hay alguien a quien pertenezco!
Estaba acostumbrado a sus extraños discursos y por eso no le contesté. Se acercó a mi cama y me tocó otra vez la frente con su guante.
Estaba acostumbrado a sus extraños discursos y por eso no le contesté. Se acercó a mi cama y me tocó otra vez la frente con su guante.
-No
tiene usted ningún rastro de fiebre -continuó diciéndome-, está usted
perfectamente sano y tranquilo. Puedo, pues, decirle algo que tal vez lo
espantará; puedo decirle quién soy. Escúcheme con atención, se lo ruego, porque
tal vez no podré repetirle las mismas cosas y es, sin embargo, necesario que
las diga al menos una vez.
Al
decir esto se tumbó en un sillón y continuó con voz más alta:
-No
soy un hombre real. No soy un hombre como los otros, un hombre con huesos y
músculos, un hombre generado por hombres. Yo soy -y quiero decirlo a pesar de
que tal vez no quiera creerme- yo no soy más que la figura de un sueño. Una
imagen de Shakespeare es, con respecto a mí, literal y trágicamente exacta: ¡yo soy de la misma
sustancia de que están hechos los sueños! Existo porque hay uno
que me sueña, hay uno
que duerme y sueña y me ve obrar y vivir y moverme y en este momento
sueña que yo digo todo esto. Cuando ese uno empezó a soñarme, yo
empecé a existir; cuando se despierte cesaré de existir. Yo soy una
imaginación, una creación, un huésped de sus largas fantasías nocturnas. El
sueño de este uno es tan intenso que me ha hecho visible incluso a los
hombres que están despiertos. Pero el mundo de la vigilia no es el mío. Mi
verdadera vida es la que discurre lentamente en el alma de mi durmiente
creador.
"No se figure que hablo con enigmas o por medio de símbolos. Lo que le digo es la verdad, la sencilla y tremenda verdad.
"No se figure que hablo con enigmas o por medio de símbolos. Lo que le digo es la verdad, la sencilla y tremenda verdad.
"Ser
el actor de un sueño no es lo que más me atormenta. Hay poetas que han dicho
que la vida de los hombres es la sombra de un sueño y hay filósofos que han
sugerido que la realidad es una alucinación. En cambio yo estoy preocupado por
otra idea. ¿Quién es el que sueña? ¿Quién es ese uno, ese desconocido
ser que me ha hecho surgir de repente y que al despertarse me borrará? ¡Cuántas
veces pienso en ese dueño mío que duerme, en ese creador mío! Sus sueños deben
ser tan vivos y tan profundos que pueden proyectar sus imágenes hasta hacerlas
aparecer como cosas reales. Tal vez el mundo entero no es más que el producto
de un entrecruzarse de sueños de seres semejantes a él. Pero no quiero
generalizar. Me basta
la tremenda seguridad de
ser yo la imaginaria criatura de un vasto soñador.
"¿Quién
es? Tal es la pregunta que me agita desde que descubrí la materia de que estoy
hecho. Usted comprende la importancia que tiene para mí este problema. De su
respuesta depende mi destino. Los personajes de los sueños disfrutan de una
libertad bastante amplia y por eso mi vida no está determinada del todo por mi
origen sino también por mi albedrío. En los primeros tiempos me espantaba
pensar que bastaba la más pequeña cosa para despertarlo, es decir, para
aniquilarme. Un grito, un rumor, podían precipitarme en la nada. Temblaba a cada momento ante la
idea de hacer algo que pudiera ofenderlo, asustarlo, y por lo tanto,
despertarlo. Imaginé durante algún tiempo que era una especie de
divinidad evangélica y procuré llevar la más virtuosa vida del mundo. En otro
momento creí que estaba en el sueño de un sabio y pasé largas noches velando,
inclinado sobre los números de las estrellas y las medidas del mundo y la
composición de los mortales.
"Finalmente me sentí cansado y
humillado al pensar que debía servir de espectáculo a ese dueño desconocido e
incognosible. Comprendí que esta ficción de vida no valía tanta bajeza. Anhelé ardientemente lo que
antes me causaba horror, esto es, que despertara. Traté de llenar mi vida con
espectáculos horribles, que lo despertaran. Todo lo he intentado para
obtener el reposo de la aniquilación, todo lo he puesto en obra para
interrumpir esta triste comedia de mi vida aparente, para destruir esta ridícula larva de vida
que me hace semejante a los hombres. No dejé de cometer ningún delito, ninguna
cosa mala me fue ignorada, ningún terror me hizo retroceder. Me parece que
aquel que me sueña no se espanta de lo que hace temblar a los demás hombres. O
disfruta con la visión de lo más horrible o no le da importancia y no se
asusta. Hasta hoy no he conseguido despertarlo y debo arrastrar esta innoble
vida, irreal y servil.
"¿Quién me liberará, pues, de mi
soñador? ¿Cuándo despuntará el alba que lo llamará a su trabajo? ¿Cuándo sonará la
campana, cuándo cantará el gallo, cuándo gritará la voz que debe despertarlo?
Espero hace tiempo mi liberación. Espero
con tanto deseo el fin de este sueño, del que soy una parte tan monótona.
"Lo que hago en este momento es
la última tentativa. Le digo a mi soñador que yo soy un sueño, quiero que él
sueñe que sueña. Esto pasa también a los hombres. ¿No es verdad? ¿No
ocurre que se despiertan cuando se dan cuenta de que sueñan? Por esto he venido
a verlo y le he hablado y desearía que mi soñador se diese cuenta en este
momento de que yo no existo como hombre real y entonces dejaré de existir,
hasta como imagen irreal. ¿Cree que lo conseguiré? ¿Cree que a fuerza de
repetirlo y de gritarlo despertaré sobresaltado a mi propietario
invisible?"
Al
pronunciar estas palabras, el Caballero Enfermo se quitaba y se ponía el guante
de la mano izquierda. Parecía esperar de un momento a otro algo maravilloso y
atroz.
-¿Cree
usted que miento? -dijo-. ¿Por
qué no puedo desaparecer, por qué no tengo libertad para concluir? ¿Soy
tal vez parte de un sueño que no acabará nunca? ¿El sueño de un eterno soñador?
Consuéleme un poco,
sugiérame alguna estratagema, alguna intriga, algún fraude que me suprima. ¿No
tiene piedad de este aburrido espectro?
Como yo seguía callado, él me miró y
se puso en pie. Me pareció mucho más alto que antes y observé que su piel era
un poco diáfana. Se veía que sufría enormemente. Su cuerpo se agitaba, como un animal que trata de
escurrirse de una red. La mano enguantada estrechó la mía; fue la última vez.
Murmurando algo en voz baja, salió de mi cuarto y sólo uno ha podido verlo
desde entonces.
NOTAS:
[1] Nota CVM: El retrato “El hombre
enfermo” pintura de 1514 se había atribuido a Sebastián Piombo, finalmente hoy se
asume que el autor es Tiziano. En el cuento la referencia a esta pintura es
clara e inequívoca, por la piel amarilla con la pelliza y los guantes
correspondiendo a la descripción del cuadro. El cuadro lo resguarda el Museo Uffizi
de Florencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario