Por Albert Camus[1]
Los
dioses habían condenado a Sísifo[2] a
subir sin cesar una roca hasta la cima de una montaña desde donde la piedra
volvía a caer por su propio peso. Habían pensado con algún fundamento que no
hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza.
Si
se ha de creer a Homero,[3]
Sísifo era el más sabio y prudente de los mortales. No obstante, según otra
tradición, se inclinaba al oficio de bandido. No veo en ello contradicción.
Difieren las opiniones sobre los motivos que le llevaron a convertirse en el
trabajador inútil de los infiernos. Se le reprocha, ante todo, alguna ligereza
con los dioses. Reveló los secretos de éstos. Egina, hija de Asopo,[4]
fue raptada por Júpiter. Al padre le asombró esa desaparición y se quejó a
Sísifo. Éste, que conocía el rapto, se ofreció a informar sobre él a Asopo con
la condición de que diese agua a la ciudadela de Corinto.[5]
Prefirió la bendición del agua a los rayos celestiales. Por ello le castigaron
enviándole al infierno. Homero nos cuenta también que Sísifo había encadenado a
la Muerte. Plutón[6]
no pudo soportar el espectáculo de su imperio desierto y silencioso. Envió al dios
de la guerra, quien liberó a la Muerte de las manos de su vencedor.
Se
dice también que Sísifo, cuando estaba a punto de morir, quiso imprudentemente
poner a prueba el amor de su esposa. Le ordenó que arrojara su cuerpo insepulto
en medio de la plaza pública. Sísifo se encontró en los infiernos y allí,
irritado por una obediencia tan contraria al amor humano, obtuvo de Plutón el permiso
para volver a la tierra con objeto de castigar a su esposa. Pero cuando volvió a
ver el rostro de este mundo, a gustar del agua y del sol, de las piedras
cálidas y del mar, ya no quiso volver a la oscuridad infernal.[7]
Los llamamientos, las iras y las advertencias no sirvieron de nada. Vivió
muchos años más ante la curva del golfo, la mar brillante y las sonrisas de la
tierra. Fue necesario un decreto de los dioses. Mercurio bajó a la tierra a
coger al audaz por el cuello, le apartó de sus goces y le llevó por la fuerza a
los infiernos, donde estaba ya preparada su roca.
Se
ha comprendido ya que Sísifo es el héroe absurdo. Lo es tanto por sus pasiones
como por su tormento. Su desprecio de los dioses, su odio a la muerte y su apasionamiento
por la vida le valieron ese suplicio indecible en el que todo el ser se dedica
a no acabar nada. Es el precio que hay que pagar por las pasiones de esta tierra.
No se nos dice nada sobre Sísifo en los infiernos. Los mitos están hechos para que
la imaginación los anime. Con respecto a éste, lo único que se ve es todo el esfuerzo
de un cuerpo tenso para levantar la enorme piedra, hacerla rodar y ayudarla a
subir una pendiente cien veces recorrida; se ve el rostro crispado, la mejilla
pegada a la piedra, la ayuda de un hombro que recibe la masa cubierta de
arcilla, de un pie que la calza, la tensión de los brazos, la seguridad
enteramente humana de dos manos llenas de tierra. Al final de ese largo
esfuerzo, medido por el espacio sin cielo y el tiempo sin profundidad, se
alcanza la meta. Sísifo ve entonces cómo la piedra desciende en algunos
instantes hacia ese mundo inferior desde el que habrá de volver a subirla hasta
las cimas, y baja de nuevo a la llanura.[8]
Sísifo
me interesa durante ese regreso, esa pausa. Un rostro que sufre tan cerca de
las piedras es ya él mismo piedra. Veo a ese hombre volver a bajar con paso
lento pero igual hacia el tormento cuyo fin no conocerá jamás. Esta hora que es
como una respiración y que vuelve tan seguramente como su desdicha, es la hora
de la conciencia. En cada uno de los instantes en que abandona las cimas y se
hunde poco a poco en las guaridas de los dioses, es superior a su destino. Es
más fuerte que su roca.
Si
este mito es trágico lo es porque su protagonista tiene conciencia. ¿En qué consistiría,
en efecto, su castigo si a cada paso le sostuviera la esperanza de conseguir su
propósito? El obrero actual trabaja durante todos los días de su vida en las
mismas tareas y ese destino no es menos absurdo. Pero no es trágico sino en los
raros momentos en que se hace consciente. Sísifo, proletario de los dioses,
impotente y rebelde, conoce toda la magnitud de su miserable condición: en ella
piensa durante su descenso. La clarividencia que debía constituir su tormento
consuma al mismo tiempo su victoria. No hay destino que no se venza con el
desprecio.
Por
lo tanto, si el descenso se hace algunos días con dolor, puede hacerse también
con alegría. Esta palabra no está de más. Sigo imaginándome a Sísifo volviendo
hacia su roca, y el dolor estaba al comienzo. Cuando las imágenes de la tierra
se aferran demasiado fuertemente al recuerdo, cuando el llamamiento de la felicidad
se hace demasiado apremiante, sucede que la tristeza surge en el corazón del
hombre: es la victoria de la roca, la roca misma. La inmensa angustia es
demasiado pesada para poder sobrellevarla. Son nuestras noches de Getsemaní.
Pero las verdades aplastantes perecen de ser reconocidas. Así, Edipo[9]
obedece primeramente al destino sin saberlo, pero su tragedia comienza en el
momento en que sabe. Pero en el mismo instante, ciego y desesperado, reconoce
que el único vínculo que le une al mundo es la mano fresca de una muchacha.
Entonces resuena una frase desmesurada: "A pesar de tantas pruebas, mi
avanzada edad y la grandeza de mi alma me hacen juzgar que todo está
bien". El Edipo de Sófocles,[10]
como el Kirilov de Dostoievski,[11]
da así la fórmula de la victoria absurda. La sabiduría antigua coincide con el
heroísmo moderno.
No
se descubre lo absurdo sin sentirse tentado a escribir algún manual de la felicidad.
"¡Eh, cómo! ¿Por caminos tan estrechos...?" Pero no hay más que un mundo.
La felicidad y lo absurdo son dos hijos de la misma tierra.[12]
Son inseparables. Sería un error decir que la dicha nace forzosamente del
descubrimiento absurdo. Sucede también que la sensación de lo absurdo nace de
la dicha. “Juzgo que todo está bien", dice Edipo, y esta palabra es
sagrada. Resuena en el universo feroz y limitado del nombre. Enseña que todo no
es ni ha sido agotado. Expulsa de este mundo a un dios[13]
que había entrado en él con la insatisfacción y la afición a los dolores
inútiles. Hace del destino un asunto humano, que debe ser arreglado entre los hombres.
Toda
la alegría silenciosa de Sísifo consiste en eso. Su destino le pertenece. Su roca
es su cosa.[14]
Del mismo modo, el hombre absurdo, cuando contempla su tormento, hace callar a
todos los ídolos. En el universo súbitamente devuelto a su silencio se elevan
las mil vocecitas maravilladas de la tierra. Llamamientos inconscientes y
secretos, invitaciones de todos los rostros constituyen el reverso necesario y
el premio de la victoria. No hay sol sin sombra y es necesario conocer la noche.
El hombre absurdo dice "sí" y su esfuerzo no terminará nunca. Si hay
un destino personal, no hay un destino superior, o, por lo menos, no hay más
que uno al que juzga fatal y despreciable. Por lo demás, sabe que es dueño de
sus días. En ese instante sutil en que el hombre vuelve sobre su vida, como
Sísifo vuelve hacia su roca, en ese ligero giro, contempla esa serie de actos
desvinculados que se convierte en su destino, creado por él, unido bajo la
mirada de su memoria y pronto sellado por su muerte.[15]
Así, persuadido del origen enteramente humano de todo lo que es humano, ciego
que desea ver y que sabe que la noche no tiene fin, está siempre en marcha. La
roca sigue rodando.
Dejo
a Sísifo al pie de la montaña. Se vuelve a encontrar siempre su carga. Pero Sísifo
enseña la fidelidad superior que niega a los dioses y levanta las rocas. El también
juzga que todo está bien. Este universo en adelante sin amo no le parece estéril
ni fútil. Cada uno de los granos de esta piedra, cada fragmento mineral de esta
montaña llena de oscuridad, forma por sí solo un mundo.[16]
El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de
hombre. Hay que imaginarse a Sísifo dichoso.[17]
[1] Escritor nacido en
Argelia (n. 1913, m. 1960), reconocido por sus obras de literatura y ensayos,
premio Nobel de Literatura en 1956. Notas al pie de Carlos Valdés Martín.
[2] Personaje mitológico
entre los griegos, según se detalla adelante. Debe enfatizarse que fue el
fundador mítico de la ciudad de Corinto.
[3] Legendario fundador
de la literatura griega, se le atribuyen la Ilíada
y la Odisea. En esta última aparece
la primera referencia al personaje Sísifo.
[4] Personaje mitológico
o divinidad de los griegos que se identificaba con los ríos, en especial uno
que conservó ese nombre. En los relatos varias de sus hijas eran raptadas, en
especial, aquí se señala a Egina, robada por Zeus.
[5] Porque Asopo era
también el río y una afluente o manantial abastecía la ciudad griega de
Corinto. En la antigüedad, por periodos llegó a ser la ciudad más importante de
la península helénica, rivalizando con Atenas.
[7] Varias leyendas
griegas tratan de quienes escapan de la muerte o regresan para contar cómo es
su inframundo, como Hércules desafiando al Cancerbero, Odiseo rescatando a
Eurídice y al final de la República de Platón, un armenio de nombre Er recuerda
cómo rencarnan las almas.
[8] Entre los griegos
los mitos del trabajo solían adquirir un tinte negativo, así preferían el
engaño sobre el esfuerzo y las obras no finalizaban con éxito, por tanto el
sentido negativo del fabricante de laberintos Dédalo, la tragedia de Ícaro, el
sentido punitivo de los trabajos para Hércules, las astucias de Odiseo…
[9] Es el trágico rey
tebano que mató a su padre y desposó a su madre sin saberlo, se arranca los
ojos por la desesperación. Según la leyenda fue guiado en su vejez por la mano
de su hija, Electra (o Antígona según variaciones de la leyenda).
[10] El dramaturgo
Sófocles escribió el drama de Edipo más admirado. En este párrafo señala las
conclusiones el personaje tras el drama.
[11] El personaje Krilov
de la novela Endemoniados de
Dostoievski se propone demostrar su superioridad mediante el suicidio, ejemplo
del absurdo.
[12] El énfasis de Camus
sobre la importancia del absurdo, lleva a considerar que su modalidad de
filosofía existencial se considere “Absurdismo”, dentro de lo cual las
afirmaciones de este ensayo resultan claves.
[13] Aquí presenta una
argumentación tradicional del ateísmo, al descubrir la presencia del
sufrimiento y del mal, por tanto rechaza la noción de una divinidad, aquí por
la presencia del sinsentido.
[14] La fase de roca se
mantiene sin forma, el tiempo no la altera, ni la alisa; así que si esta piedra
representa el interior, entonces el ser humano se mantiene inalterado a pesar
de cualquier trabajo y esfuerzo.
[15] El problema
filosófico de la identidad sujeto-objeto se metamorfosea en identidad del
conflicto del sujeto-objeto bajo el destino del absurdo.
[16] La concepción del
absurdo señala en sentido opuesto a la teoría de la enajenación de Marx de los Manuscritos económico-filosóficos de 1844,
pues la pérdida es la apropiación misma.
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