Por Carlos
Valdés Martín
El Laberinto-país siguió trotando (o deslizando o volando o corriendo
que para las criaturas gigantes resulta indistinguible la causa de su
desplazamiento) a prudente distancia y escapando (o burlando o desatendiendo
que la escala enorme cambia las perspectivas) de los Iracundos, quienes armados
de dispositivos arrojadizos y defensivos, corrían sin perder el ánimo y
vociferaban: “Esta vez te destruiremos”. Conforme Laberinto-país se mantenía alejado de sus perseguidores, los
curiosos que rodeaban la avenida miraban con maledicencia a dichos cazadores
modernos, alguno hasta se atrevió a increparlos: “Por eso cobran cantidades y
hasta con prestaciones”. Los perseguidores Iracundos sumaban quinientos en
cantidad exacta, aunque ese día ya mostraban signos de cansancio, pues esa
carrera había comenzado antes del amanecer y Laberinto-país seguía sin señales de menguar su paso.
De pronto surgió un rumor entre
los perseguidores que circuló en voz baja, evitando que el contrincante se
percatara: “Ya se aproxima a la trampa”. Ellos, los Iracundos, no se movían con
tal ingenuidad, mientras fingían dejar que la giganta laberíntica se les adelantara
contaban con una trampa preparada desde hacía un año.
Esa trampa era ingeniosa, a no
dudarse, y bajo el pavimento se acumuló un subsidio multimillonario y no uno
cualquiera, sino miles de millones de monedas fraccionarias; acompañadas de un
lubricante gelatinoso, que al subsuelo lo hacía resbaladizo y permitía su
dispersión hacia cualquier célula del Laberinto-país.
Pero como el dinero no es para desperdiciarse cuando suma millones, se aderezó
con una receta trasnacional, de esas tan temidas por los ambientalistas, porque
mezclan las peores intenciones de la ingeniería genética y las candidez de la
investigación biológica pura; por lo que el Laberinto-país en cada una de sus fracciones supondría que recibía
alimento y, por gran trampa, lo ingerido resultaría un veneno para terminar con
las ancestrales taras que inflaban su corporeidad.
Debido a su movimiento y agitación
continua, sumadas a la dificultad para acercarse, así como por la imposibilidad
para atrapar a ningún ejemplar, hasta la fecha resulta difícil describir al
Laberinto-país. Los que sienten repulsión (aunque la disfracen de preocupación)
lo describen a manera de un Leviatán en movimiento, mixtura de dinosaurio con
una bestia bíblica que produce cataclismos. En esa modalidad su mirada es
insoportable y el acercamiento exige usar unos lentes oscuros, de preferencia
de marca Ray-Van, sumado a la precaución de un libro de Ciencias Sociales bajo
el brazo. Hay otros que lo aman sin explicarse el motivo, para ellos su
descripción se aproxima a una colección de barro multicolor, con aromas de
amanecer; incluso algunos juran haber viajado por entre sus escamas sin haber
sufrido daño alguno. Entre los que lo aman algunos juran que existe una fórmula
para domesticarlo, pero cuando se les exige pruebas de su afirmación, se
despiertan sobresaltados de su siesta en la oficina, rodeados de Godínez que les
interrogan sobre los gemidos que proferían durante el sueño. Los soñadores
alarmados, lo único que encuentran para justificarse es un rosario con
fotografías de los héroes de la patria en colores sepia, que indican la antigüedad
de tales afiches.
A diferencia de otras jornadas
tristes, cuando el Laberinto-país esquivó
la trampa, oliendo a distancia el peligro; por eso los perseguidores se
afanaron en cansarlo, en pasar muchas horas tras su pista, lanzando voces y
ocasionales pedradas, a riesgo de que contestara con sus ya legendarios
coletazos estilo dinosaurio.
Sabían disimular su tensión los
Iracundos mientras se aproximaban al destino, sin embargo, una de sexo
femenino, desmayó antes de la cita. Tropezó y la faz tocó el suelo, levantando
un ligero polvo, lo cual fue interpretado signo de mal agüero por los demás.
Un instante después de la
turbación provocada por el tropezón, el pavimento falso cedió bajo los pies del
Laberinto-país y una nubecilla
formada por billetes y sustancias tóxico-nutricias se esparció alrededor. Un
crujido confirmó lo anhelado y el enorme cuerpo se hundía entre agitaciones.
Muchos comenzaron a gritar de
felicidad y los inevitables curiosos se unieron a la hueste de Iracundos,
esperando salir en la fotografía de la hora del triunfo. Los más audaces se
aproximaron a la orilla de la trampa y una tensión atroz creció en los
corazones. La portentosa bestia tragaba a mares los contenidos de dineros y
sustancias tóxico-nutricias cual si nunca antes hubiera probado bocado. Los
optimistas vieron el triunfo de su estratagema y los pesimistas sospecharon la
inutilidad de su veneno. Con retozos horrendos y un cambio de colores en las
escamas superiores se notó que el producto generaba algún efecto, que no se
hizo esperar más y se abrieron heridas por las coyunturas. Se rumoró que
sangraba pero la sustancia iridiscente que brotaba no era fácil de interpretar.
Pronto los extremos estaban partidos y separados, aunque los fragmentos no
cesaban de moverse. Cada vez acudían más curiosos a mirar el fondo de la trampa
y no faltó el listo que corrió apuestas: momios 2 a 1 a que el Laberinto-país no se recupera. Cuestión
curiosa, los Iracundos se dividieron entre apuestas contrarias.
Nadie se atrevía a dejar el sitio
mientras no cesara la actividad, que las partes del gigante empezaron a moverse
con más celeridad y cambiar más rápido de color; volviendo a sus tonos típicos,
y hasta recomponerse. Las partes se agitaron con más fuerza e intensidad hasta
saciarse de alimento. El catálogo de piezas de rompecabezas separadas en un
gesto desafiante se volvió a juntar: el Laberinto-país
no había menguando, sino en un par de inexplicables piezas que se resistían a
volver al conjunto.
El Laberinto-país gruñó para exigirles a las dos piezas morosas que se
reintegraran, pero fue inútil tal regaño que parecía maternal. El Laberinto-país con impaciencia saltó
del enorme hoyo de la trampa, brincando por arriba de las cabezas de todos los
curiosos. Luego del portentoso salto, pisó la parte lisa de la avenida y guiñó
un ojo para retar a los Iracundos; dio media vuelta en dirección del horizonte
y abrió la boca para lanzar un sonido evocando la risa de la inmortalidad y la
desesperanza en matrimonio momentáneo. Ese ruido risueño sirvió para
despertarlos del estado de shock en que habían quedado.
Los Iracundos se dividieron entre
quienes salieron corriendo para resolver (o amedrentar o controlar o cazar o
desinflar o civilizar… que esta serie de términos tan diversos para este caso
aplican alternativamente) al Laberinto-país
y quienes bajaron cuidadosamente tras sus dos miembros desprendidos e intoxicados
para continuar domesticando (o acosando o descifrando o definiendo o
acorralando o educando… que también es una serie de término disímbola pero
pertinente). Aunque no hubo intercambio de palabras, desde ese instante los
Iracundos se dividieron entre los Consecuentes (que repitieron más de lo mismo
por los siguientes siglos) y los Flexibles (acusados por sus nuevos rivales de
acomodaticios o un “pantano” según la terminología francesa decimonónica).
Contra las buenas intenciones del
bando Flexible y domesticador surgió el rumor de que crecería otro par de
Complejidades Indescifrables, con su dúo de futuros dolores de cabeza. Los
espectadores imparciales gruñían desconfiando del desenlace:
—Gastarse el presupuesto contra
la Pobreza para amamantar tan pingüe e irónico resultado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario